“¿El tiempo es una corriente que fluye sin parar y se lleva nuestros sueños, como dice una vieja canción? ¿O es como una vía de ferrocarril? Quizás tenga bucles y ramificaciones y se pueda seguir avanzando y, aún así, regresar a alguna estación anterior de la línea”.
(El Universo en una Cáscara de Nuez, Stephen Hawking).
El tiempo representa una constante inalterable, por más que nos esforcemos somos incapaces de “producir” un minutos más de los que tienen nuestras 24 horas, por lo que la forma en que distribuimos y usamos esas 24 horas es un acto crítico que inevitablemente condiciona nuestra calidad de vida. Administrar el tiempo significa administrarnos a nosotros mismos, elegir y decidir qué hacer o dejar de hacer para alcanzar los resultados deseados, mantener el equilibrio en las diferentes esferas en que interactuamos, ordenar el caos y por supuesto, manejar el estrés.
Existen numerosos métodos y herramientas para administrar el tiempo. Simples o sofisticado, la mayoría coincide en la importancia de clarificar objeticos, definir prioridades, hacer una cosa a la vez, trabajar en el orden y la limpieza. Sin embargo, ninguno de ellos puede tener éxito cuando el problema se genera en niveles más profundos e inconscientes.
La capacidad de acción no se expande únicamente por el incremento de habilidades o por la incorporación de nuevas competencias, es también producto de la reflexión sobre mis creencias y los patrones de conducta que éstas me permiten desarrollar.