A manera de chiste ante la pregunta de cómo tratar a un adolescente, los coaches responden “Enviándolos a terapia” y los psicoterapeutas y psicólogos se aconsejan mutuamente: “Diagnostica demencia temporal, ponlos en la lista de espera y vuelve a ellos dentro de, al menos cinco años”.
Es verdad que los adolescentes como grupo representan una gran incógnita para padres, maestros y coaches. Ante cualquier intento de aproximarse a su mundo, la mayoría reacciona con profundo desinterés, rechazo y descalificación. Sus decisiones desafían el sentido común y por lo regular van en contra de sus propios intereses. Todo lo anterior les otorga un lugar de honor en el grupo de los desequilibrados.
Probablemente coincidas con lo expuesto, sólo ten en cuenta que este juicio pertenece a adultos que tienden a sobrevaluar la lógica y el convencionalismo social y que se muestran incapaces de entender las acciones creativas que los adolescentes experimentan ante el dilema de su existencia. El adolescente tiene la tarea de definir su sentido de dignidad, postura ante su pasado su mundo actual y futuro. Debe aprender a estar cómodamente separado de sus padres y establecer con sus pares alianzas para el provecho mutuo. Todo esto antes de ser absorbido por la tribu que marca el “deber ser”. Para ampliar nuestra mirada hacia el ilógico atractivo y fascinante mundo adolescente, revisamos varias posturas:Hasta hace poco, los dramáticos cambios emocionales y relacionales que viven los adolescentes se atribuían a una gran actividad hormonal. A partir de la década de los 70, la investigación en cerebros humanos post-mortem deja ver que algunas áreas del cerebro, en particular, la corteza frontal, siguen desarrollándose mucho más allá de la infancia. (1)
Un artículo publicado por la revista National Geographic muestra a través de imágenes del cerebro adolescente cómo entre los 12 y 25 años nuestros cerebros sufren una reorganización gigantesca. No es que crezca mucho durante este periodo, sino que experimenta amplias remodelaciones, semejantes a las de una computadora cuando se actualizan sus redes y cableado, con lo que su velocidad de transmisión aumenta hasta 100 veces. (1)
Durante la adolescencia, los cambios físicos avanzan lentamente por etapas desde la parte trasera del cerebro hasta la frontal; desde zonas cercanas al tallo cerebral que se encargan de funciones más antiguas y básicas, como la visión, el movimiento y el procesamiento fundamental, hasta las regiones de evolución más reciente y complejas, de la parte frontal, encargadas de la planeación y la toma de decisiones. Alcanzando la madurez alrededor de los 20 años. (1)
Desde este punto de vista, la perspectiva cambia, el adolescente ya no es esa criatura temperamental y desafiante que pretende volvernos locos con sus explosiones de cólera, sino un cerebro que está atravesando por un periodo extremadamente fuerte de desarrollo y reorganización.
Laurence Steinberg, psicólogo del desarrollo de la Universidad de Temple especializado en la adolescencia y citado también por National Geographic, señala que los jóvenes de entre 14 y 17 años (quienes toman más riesgos) usan las mismas estrategias cognitivas básicas que los adultos y suelen resolver sus problemas razonando tan bien como ellos. Contrario a lo que se cree, están plenamente conscientes de ser mortales. Y, como los adultos, dice Steinberg, "los adolescentes en realidad sobreestiman el riesgo". Si piensan tan bien como los adultos y reconocen los riesgos de igual manera, ¿por qué los adolescentes corren más riesgos? Porque sopesan el riesgo contra la recompensa de manera distinta: en situaciones donde el riesgo les puede dar algo que quieren, otorgan más valor a la recompensa que los adultos. Fisiológicamente, en la adolescencia el cerebro alcanza una sensibilidad máxima a la dopamina, neurotransmisor que al parecer prepara y activa los circuitos de recompensa y favorece el aprendizaje de patrones y la toma de decisiones. (1)
Los psicólogos nos previenen:
Entre más establezcan los padres vínculos entre las acciones y las consecuencias inmediatas, el adolescente tiene mayor oportunidad de hacer una conexión. Por ejemplo, un adolescente puede relacionar inmediatamente beber alcohol con ser expulsado del equipo de fútbol, pero se pierde si le empiezas a hablar de la cárcel, mala imagen pública o daño cerebral a largo plazo. (2)
No trivializar sus preocupaciones, enfocarnos en sus conversaciones y resistir la tentación de interrumpirlos. (2)
El reto a la autoridad es algo que no puede faltar en este periodo. Los adolescentes retan casi todo lo que los padres les enseñaron de pequeños y puede ser doloroso pero es normal y hasta necesario para su crecimiento. Es importante recordar que los adolescentes no están atacando personalmente a los padres sino tratando de descubrir quiénes son como individuos, cuestionar y llegar a sus propias conclusiones les ayuda a crear su identidad. (2)
Si todos los adolescentes pasan por el mismo proceso biológico y de maduración psicológica respecto al riesgo, ¿por qué algunos sobrellevan mejor está etapa? Desde el coaching, la respuesta está en el sistema.
Para comprender y acompañar al adolescente, debemos considerar los diferentes sistemas en los que interactúa y tienen influencia sobre él: sistema familiar, el escolar y el social, vinculados por relaciones de interdependencia.
Tras muchos adolescentes que se comportan agresivamente existe un gran dolor generado en alguno de estos sistemas: ausencias, abusos, culpas, discriminación, duelos no trabajados, secretos. Muchas acciones “ilógicas” que observamos, representan su lucha por ajustarse creativamente a las circunstancias y usarlas para apoyar su vida y su crecimiento.
Para trabajar con tu adolescente y apegados a la metodología del coaching, más que consejos y recetas del “buen vivir” te invitamos a que a través de las siguientes preguntas, indagues sobre tu manera de observarlos y quizá, sólo quizá, puedas ampliar tu mirada:
¿Es posible que cuando un adolescente te rechaza lo que busca es establecer una sana distancia para alcanzar su autonomía?
¿Será necesario que actualices tu relación y comprender que tu niño/a va en camino de la adultez y por tanto independencia?
¿Puedes reemplazar la culpa por la atención, la responsabilidad y el coraje para reconocer lo que es y actuar en consecuencia?
¿Compartes que el proceso de crecimiento de cada persona es diferente e igualmente importante y que ser aceptados y amados como hoy somos nos enseña a aceptar y a amar a otros?
¿Te arriesgas a compartir lo que a ti te funciona en lugar de dar consejos, permitiendo que tus adolescentes encuentren sus propias respuestas?
¿Aceptas que tu hijo no está en este mundo para cumplir tus expectativas?
Y ahora, ¿qué vas a hacer con esto que aprendes?
(2) Feinstein Sheryl, “Inside The Teeanege Brain” Rowman and Littlefield Education, 2009.